El poder y la democracia

domingo, 6 de noviembre de 2022 · 15:36

Aunque hubo imperios que duraron siglos y dictaduras que se prolongaron por décadas, ninguna forma de poder político basada en la fuerza sobrevivió. Las únicas irreversibles son las fundadas en la democracia, un Estado desconocido por numerosos pueblos y al que no renuncian quienes alguna vez lo paladearon.

En las sociedades preindustriales, el poder político era desempeñado de modo unipersonal y casi siempre violento, entonces, excepto la Iglesia y las cortes, no existían instituciones. Los emperadores y reyes, sultanes, califas, emires y ayatolas no necesitaban del favor popular, no se debían a sus pueblos ni rendían cuentas a entidad alguna.

El poder político es la más cabal expresión del poder, porque se ejerce sobre toda la sociedad, en todos los ámbitos y todo el tiempo; su instrumento es el Estado, que es la entidad terrenal más parecida a Dios porque como Él es todopoderoso porque lo puede todo, omnisciente porque lo sabe todo y omnipresente porque está en todas partes a la vez.

El Estado y sus instituciones, entre otras los modelos económicos y los sistemas políticos, los parlamentos y el entramado judicial formado por constituciones, leyes, tribunales, cárceles a los cuales se suman las entidades armadas, la Policía y la Seguridad, así como las organizaciones financieras, facultadas para crear dinero y custodiar las reservas nacionales.

Mediante el sistema escolar, que es el más eficaz de los mecanismos de reproducción de las ideologías dominantes, el Estado regula lo que se puede enseñar, aprender, difundir, investigar, incluso disfrutar por medio del arte y la literatura y, aunque protege las libertades de conciencia y culto, las regula y a veces las suprime. El ateísmo alguna vez proclamado como ley y la persecución legal del comunismo, han sido expresiones de las dimensiones ideológicas del poder.

El Estado cuenta con todo lo necesario y, cuando algo le falta, lo crea. Únicamente se atiene a reglas que él mismo hace. Expresiones de su omnímodo poder son las atribuciones para establecer cómo han de ser y funcionar las familias, los requisitos para contraer y disolver matrimonios, educar a los hijos, traspasar legados y formular todas las regulaciones en torno a la propiedad.

Lo máximo son las habilitaciones para declarar la guerra y obligar a participar en ellas, incluso a quienes las repudian, así como las capacidades para suprimir las libertades y los derechos, incluso para disponer de la vida humana, encarcelar, condenar y ejecutar. En los Estados de Derecho, por lo general, se hace en consonancia con las leyes.

Mediante el devenir histórico, las sociedades modernas formadas por Estados/Nación, que son grandes y poderosas estructuras, inmensos territorios y millones, cientos e incluso miles de millones de individuos, cada uno de los cuales es a la vez único y diverso, el poder político adquiere dimensiones que hacen imposible que las sociedades sean gobernadas a capricho por individuos exaltados como caudillos o monarcas. El progreso hizo necesaria la democracia que no es un lujo sino una perentoria necesidad histórica.

Siempre que se menciona es preciso insistir en que la democracia no es perfecta pero también reiterar que no solo es el mejor recurso, sino el único para que el poder sobre naciones y la influencia sobre la sociedad internacional se ejerza con mínimos de mesura.

El encumbramiento de Adolfo Hitler alumbró a la humanidad acerca de que era preciso cambiar un orden de cosas que permitía que se gestaran y progresaran engendros que ponían en peligro a la humanidad. No bastaba con que el derecho y la democracia oficiaran a escalas nacionales, sino que era preciso regular con ellos la sociedad internacional.

La democratización del orden internacional comenzó cuando las fuerzas políticas más avanzadas se concertaron para codificar valores y crear reglas que hicieran extensivo el derecho a los ambientes internacionales. Así nacieron las Naciones Unidas cuya Carta es el momento más alto alcanzado por la convivencia humana.

El ideal que la ONU y la autoridad que le confiere el consenso universal en torno a su idoneidad, sintetiza lo máximo alcanzado por la cultura universal en materia de derechos. Los principios de: Igualdad soberana de los Estados, Soberanía e Independencia Nacional, y obligación de resolver los conflictos por medio pacíficos, proporcionan las bases para la convivencia internacional, el progreso y la paz.

En nuestros días, la ONU muestra sus mayores carencias, que no son conceptuales, sino funcionales, y se relacionan con el Consejo de Seguridad, cuyos miembros permanentes son intocables, y la Asamblea General, convertida en una entidad ceremonial. Urge una reforma que no llega. Volveré sobre el tema.