¿CDMX o México-Tenochtitlán?

lunes, 16 de agosto de 2021 · 09:48

El 13 de agosto de 1521 fue capturado Cuauhtémoc, y una vez rendido Tlatelolco, cayó México-Tenochtitlán. Casi tan abruptamente como nació, el imperio mexica dejó de existir. Sucumbió ante su propia inercia de poder, ante la rebelión estridente de los tlaxcaltecas oprimidos por el poder central y sus guerras floridas. Los tlaxcaltecas, con el apoyo de algunos españoles, vencieron a su enemigo, pero no fueron ellos los triunfantes. El poder fue construido desde España, y aunque incluyó a algunos de sus aliados indígenas, fue pensado siempre en función de la península ibérica. La caída de México-Tenochtitlán ha sido construida como un hito histórico en la narrativa de la identidad nacional, una identidad que se forjó con esa derrota pero que también simbólicamente la asume como suya. A 500 años de este suceso ¿Qué significado tiene la caída del imperio mexica? ¿Qué significa para los mexicanos?

La llega da de la tecnocracia al poder en México significó la muerte del discurso revolucionario. Era difícil que la narrativa de la Revolución mexicana mantuviera su fuerza retórica infinitamente, pero era imposible que sobreviviera a un modelo político-económico aspiracional y globalizante. La revolución no solo fue una lucha de luchas sociales, sino una lucha de símbolos nacionales; fue la Revolución y su posterior “degeneración en gobierno” la que construyó la idea de México-Tenochtitlán como un eslabón central de la identidad nacional. La recuperación de nuestra identidad prehispánica, los murales de Diego, los escritos de Reyes, demostraron que la pequeña isla derrotada en 1521, no era solo un espacio sino un origen. 

Sin embargo, en un modelo que babea sigilosamente por Miami y Nueva York, ¿qué puede significar el martirio de Cuauhtémoc o la lucha de Zapata? ¿Qué significa Tenochtitlán o Malintzin para un “influencer”? De la revolución y su universo narrativo solo han sobrevivido los símbolos que han podido capitalizarse como marcas. Al modelo no le interesan las luchas, las causas, ni las identidades, sino la capitalización de ideas y conceptos mercantiles.

La caída de México-Tenochtitlán no significa nada para la mayoría de los mexicanos. No significa nada para la identidad nacional actual. Las administraciones recientes del PRI y el PAN confundieron la identidad nacional con las garnachas, mientras que el arte se concentró en retratar la violencia generada desde estos gobiernos; como consecuencia, una generación entera de mexicanos ha crecido con la liviandad de un país que se define por un partido de futbol cada cuatro años y su puesto de tacos favoritos.

En el fondo, la caída de México-Tenochtitlán no importa al discurso público porque esconde dentro de sí un tema que preferimos ignorar. La gran deuda con los pueblos originarios. Sin embargo, hay una gran ironía en nuestra ceguera ante el mundo indígena. El mundo filosófico mexica estaba constituido de la coexistencia de contrarios. La dualidad simbolizada por Ometéotl. Sin quererlo, la identidad mexicana se ha formado con base a este concepto; la confusa amalgamación de inconsistencias que construyen el ser mexicano. Omeleótl; lo que occidente llama contrarios, el mundo prehispánico llama complemento. Eso somos. El complemento de nuestras “contradicciones”. 

Un maestro nahua me dijo que el nombre de México-Tenochtitlán incorporaba este balance perfecto de la dualidad; México y su luna, el lado femenino, Tenochtitlán y su roca, el lado masculino. México-Tenochtitlán tenían que estar juntos porque separados solo representaban el desbalance. Si la historia nacional empieza con un símbolo: la caída de la capital mexica, quizás la nueva etapa histórica tendría que empezar con asumir otro símbolo: devolver a la CDMX su verdadero nombre: México-Tenochtitlán. Aunque horrorice a las élites. A lo mejor así, leyéndolo todos los días, será más difícil ignorar el tema que tanto hemos eludido: los pueblos originarios.

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