Las consignas no son incentivos

sábado, 3 de abril de 2021 · 10:15

La política se hace con palabras y promesas, mientras la economía se realiza con números. En la política las metas y expectativas no cumplidas se saldan con justificaciones, en la economía con quiebras.

Cuando en la Rusia soviética y luego en los países del socialismo real se estatizó el ciento por ciento de la economía, los líderes y funcionarios políticos, automáticamente asumieron funciones de administradores, gerentes, empleadores e inspectores. Así los métodos de la política comenzaron a ser aplicados a la economía.

La traslación afectó también a los partidos que lideraron aquellos procesos, por lo cual hubo tendencias a que la política se burocratiza y la administración se politiza; ambas esferas perdieran identidad.

Aunque durante décadas menudearon las exhortaciones para evitarlo, surgieron múltiples confusiones institucionales, la más notable fue la dualidad de poderes entre los partidos y el estado, la duplicidad de funciones afectó no sólo a los directivos, sino también a las instituciones cuyo funcionamiento se afectó por la renuencia a separar los poderes del estado, la centralización y la verticalización extrema que mediatiza las jerarquías y anuló la independencia de las autoridades e entidades territoriales.

A partir de las ideas de que el establecimiento de la propiedad estatal conducía a una “economía social” cuyo objetivo no era el lucro, sino la satisfacción de las “necesidades sin cesar crecientes” del pueblo, lo cual incluyó la cuestión de los estímulos a los trabajadores y empresario socialistas, dando preferencia a los de naturaleza moral.

El hecho de que las mismas personas formen parte de los parlamentos, los gobiernos, la administración de justicia, así como de las estructuras de dirección de los partidos, cierra el paso a la participación y crea enormes confusiones institucionales, a lo cual se suma la planificación y dirección centralizada de la economía.

Una práctica frecuente es que organismos legislativos nacionales tratarán como subordinados e intervinieran en la actividad de sus similares y de aparatos ejecutivos de los territorios, estableciendo inadecuadas cadenas de mando.

Con frecuencia los gobiernos y direcciones partidistas, intervienen en la labor de las organizaciones sociales, incluso de los sindicatos, orientaban su actividad y les exigían considerándose “correas de transmisión”.

Durante décadas se observó la práctica de que los líderes políticos, los gobernantes y los funcionarios realizarán constantes apelaciones a los empresarios y trabajadores para que aumentaran la producción y la productividad, elevan la calidad y la competitividad de las empresas y haciendas y se enarbolan consignas respecto a la producción como si las palabras o las invocaciones pudieran producir más acero, cemento o aumentar el rendimiento de la tierra.

La guinda del pastel fue el movimiento stajanovista*, Varias veces escuché a Fidel Castro razonar públicamente acerca de que la tarea de los gobernantes de los países capitalistas era más fácil que en el socialismo pues, los primeros, apenas tenían que ocuparse de la economía cosa que hacían empresarios, gerentes y dueños.

El perfeccionamiento de las instituciones políticas y las entidades estatales pasa por el rescate de la identidad de todas ellas y por la recuperación de sus especificidades.

El presidente cubano Miguel Diaz-Canel ha mencionado el hecho de que entre las fortalezas del proceso político cubano figuran sus instituciones. No obstante, es pertinente advertir que, para que estas funcionen bien, deben ser adecuadamente diseñadas. Algunas no lo son, por ejemplo, la prensa.

Por Jorge Gómez Barata