Postal de Navidad. El tiempo y la revolución

domingo, 26 de diciembre de 2021 · 11:36

Salvo trascendentales accidentes históricos como la colonización del Nuevo Mundo, el progreso cultural es un proceso global, integral, continuo y espontáneo. Los científicos nunca han tratado de acelerarlo, los políticos, sí.

Aceptado el dato de que la edad de la Tierra es de 4.543 miles de millones de años y la del hombre es de unos de 300 mil, se aprecia la precedencia del mundo material respecto a la humanidad. Según un modelo matemáticos, al reducir la historia de la Tierra a un año y compararla con la antigüedad de la especie humana, se obtiene el resultado de que el primer hombre nació el 31 de diciembre del primer año de la creación a las 11:52 p.m. o sea del total de la historia geológica del planeta, nuestro más remoto antepasado hubiera estado 11 minutos entre nosotros.

Las ciencias comenzaron por la astronomía debido a la evidencia del día y de la noche, el Sol, las fases la lunación y las estaciones. De ahí que medir el tiempo fue uno de los primeros cometidos del pensamiento humano, favorecido por la regularidad de procesos naturales que se repiten con precisión milimétrica.

Según Vetio Valente, (siglo II d. C.), el astrólogo más conocidodel mundo antiguo, el día comenzaba al atardecer. Luego existieron decenas de variaciones asociadas sobre todo a la modernización de los instrumentos de medición hasta que en 1988 se adoptó la norma ISO 8601 que establece el orden de los días de la semana. Según esta ley, la semana comienza el lunes y finaliza el domingo.

Los calendarios nacieron de la observación del Sol, la Luna, la rotación de la Tierra. Las diferentes culturas aportaron especificidades religiosas, culturales. En occidente han existido cuatro calendarios (helénico, romano, juliano y el actual gregoriano).

La primera semana tenía 30 días y con el paso de los siglos se transformó en lo que hoy se denomina mes. La actual apareció al asociarse los días con los siete cuerpos celestes visibles a simple vista (Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno, lo cual se consagró por la afirmación del cristianismo de que Dios tardó siete días en crear todo lo existente. La división del día en 24 horas proviene de la cultura babilónica.

Las revoluciones ocurren en el tiempo sin obedecer a regularidades históricas, sino que responden a eventualidades. Son pocas, usualmente breves y casi siempre extremadamente radicales. En Europa no hubo ninguna en la época esclavista ni en los 20 siglos del feudalismo y en América, descartando las luchas por la independencia que no condujeron a nuevas formaciones sociales 
sólo se conocen las de las 13 colonias de Norteamérica (1776), la de México, en 1910, y la de Cuba, en 1959, la única que 60 años después se invoca y se actúa en su nombre.

En sus afanes innovadores, en ocasiones, las revoluciones, se exceden y tratan de cambiarlo todo y no sólo lo que debería ser cambiado. En 1789, la Revolución Francesa, cambió el modo de ordenar el espacio y de medir el tiempo.

Los cambios en el calendario eran parte de la idea de la Revolución Francesa acerca de un “mundo nuevo”. Los “Jacobinos”, arquetipo del extremismo de izquierda, pidieron al matemático Charles Gilbert Romme que repartiera el tiempo de otra manera.
El 1789, año 1 de la revolución fue administrativamente convertido en el comienzo de la historia.

Tal vez para no complicarse con la astronomía, el matemático conservó el año de 12 meses de 30 días cada, por lo cual sumaba 360 días. Los cinco restantes se consideraban como “extras” y se decretaron como feriados. A ellos cada cuatro años se sumaba otro para formar el año bisiesto. La denominación de los meses se asoció a fenómenos naturales: vendimiario, brumario, frimario, nivoso, pluvioso, ventoso, germinal, floreal, pradial, mesidor, termidor y fructidor.

La semana se prolongó a diez días que dejaron de nombrarse para numerarse desde “primidi” a “decadi” (uno al diez). Así del calendario desapareció el santoral, la Navidad, los sábados y los domingos.

Con el fin de suprimir las connotaciones religiosas del sábado y del domingo en la Unión Soviética se adoptó la semana de seis días (cinco laborables y uno de descanso), que perduró hasta 1940 cuando se restauró la semana de siete días.

Las revoluciones, si es que alguna vez vuelven a tener lugar, cosa poco probable, deberían concentrarse en: “Cambiar lo que deba ser cambiado”. Lo demás se puede dejar al libre albedrío histórico.

 

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