A paso lento hacia la paz
El Acuerdo de Paz firmado entre el Estado colombiano representado por el entonces presidente Juan Manuel Santos y las FACREP por su comandante máximo “Timochenko”, cumplió su quinto aniversario en un trasegar agridulce.
El gobierno de Iván Duque, sucesor de Santos, recibió ese acuerdo con el que nunca comulgó, dedicó su primer año a torpedear la Jurisdicción de Paz (JEP) nacida de él, y durante todo su mandato se ha caracterizado por lanzar frasecitas sonoras sobre él pero negando el apoyo a su implementación: paz con legalidad, ni trizas ni risas, refiriéndose a la acusación que siempre se le ha hecho de querer hacer trizas la paz. A propósito, con la sutileza con que se maneja la diplomacia, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, luego de visitar zonas de estabilización de desmovilizados dijo: “Nadie me dice que no quiere aplicar los acuerdos de paz y nadie me dice que quería la paz con ilegalidad”. Pero Duque no iba a dejar pasar la oportunidad de remachar su eslogan y concluyó al terminar la visita: “La presencia suya en Colombia ha sido una gran validación de lo que hoy hemos logrado y lo que está en marcha, que es la Paz con legalidad”.
En cumplimiento del acuerdo los exguerrilleros se sometieron a la JEP y han dicho la verdad sobre sus crímenes, aunque cada día han debido ahondar en esa aceptación porque van apareciendo, en la confrontación con sus víctimas, nuevos delitos, o aristas de los ya reconocidos, que van desnudando la dolorosa verdad de estos años de una guerra tan degradada.
El 95 por ciento de los exguerrilleros se han mantenido en el proceso a pesar de que 299 desmovilizados han sido asesinados sin que todavía se hayan esclarecido esos crímenes y, cinco años después de la entrega de armas, la violencia en los territorios sigue arreciando.
Pero no todo es oscuridad: según el portal Las 2 orillas, el número de víctimas ha descendido de un promedio anual de 430 mil personas entre 2003 y 2008 y de 200 mil, entre 2009 y 2015, a menos de 100mil, entre 2016 y 2021… Así como una disminución en más del 95 por ciento de desaparición forzada, ejecuciones sumarias y falsos positivos, secuestro y tortura.
La visita de Guterres para conmemorar ese quinto aniversario fue un espaldarazo al Acuerdo, ratificando el apoyo de ese organismo, involucrado desde el inicio con su Consejo de Seguridad como garante de la desmovilización.
Y Guterres hizo un milagro: el presidente Iván Duque, que no ha disimulado su rechazo visceral al expresidente Santos, al punto de ni siquiera referirse a él por su nombre (“el gobierno anterior” es la forma que ha usado para sortear el problema y su mentor, el expresidente Álvaro Uribe, llegó a insinuar que el premio Nobel de la Paz que se le otorgó “al Presidente anterior” precisamente por el Acuerdo de Paz, fue comprado) se vio obligado a estrecharle la mano en el evento de conmemoración en la sede de la JEP con participación del presidente de la Comisión de la Verdad, padre Francisco de Roux y la presidenta de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Sólo una vez antes había estrechado su mano: cuando le recibió el mandato.
Tampoco fue efusivo el apretón de manos de Duque con Timochenko como tampoco lo fue el que propició meses atrás Ruiz Massieu, jefe de la Delegación de Verificación de la ONU -sólo tres veces en todo su mandato que ya está por concluir se reunió el presidente con el líder de los desmovilizados-. Gran contraste con la tertulia que armaron éste y el expresidente Santos en una tienda bebiendo la cerveza que están produciendo los excombatientes. Las fotos los muestran distendidos, sonrientes, cada uno con su cerveza en cordial brindis.
El expresidente Santos, ducho en asuntos diplomáticos y relajado en su papel de “el que logró la paz”, premio Nobel ya asentado, le concedió a su sucesor: “Duque ahora sí está montado en la locomotora de la paz”, y dijo a la prensa que Duque “está cerca de dialogar con el ELN”. Éste se apresuró a desmentirlo. En todo caso, de ser cierta esa posibilidad cabe preguntarse qué hará con los negociadores de esa guerrilla que están en La Habana por pedido suyo y por los cuales, con algo muy cercano a la perfidia, quiso después acorralar al gobierno cubano exigiéndole que los deportara a Colombia, sabiendo que de acuerdo con las leyes internacionales eso es imposible.
No podía faltar la bilis del expresidente Uribe: “Acuerdo de Paz no ha habido”, le dijo a Guterres en carta pública; que el acuerdo propició el aumento del narcotráfico, que significó “impunidad total y elegibilidad política a personas responsables de delitos atroces, por ejemplo, de secuestro y violación de menores”, que aumenta la violencia por el llamamiento a la lucha de clases e insiste en que se cree en la JEP una sala especial para el juzgamiento de los militares.
Vuelve a su queja de que se desconoció el resultado del plebiscito omitiendo que representantes del gobierno se reunieron con él y le concedieron más del 90% de sus propuestas, que fueron incluidas en el Acuerdo pero, como dijo Sergio Jaramillo, entonces Alto Comisionado de Paz, la cercanía de las elecciones hizo que en Uribe pesara más el cálculo electoral y se desdijera.
Cada quien tiene derecho a expresar sus opiniones, respondió Guterres, sin referirse a ninguno de los puntos señalados por Uribe en su carta. La conclusión de la visita es que a pesar de los claroscuros el proceso de paz con las FARC es considerado modelo en el mundo porque creó un sistema de justicia -la JEP- que garantiza la no impunidad y tiene como centro a las víctimas, su reparación y la exigencia de la verdad. “Me gustaría mucho que Colombia sea el ejemplo seguido por líderes de Etiopia”, dijo Guterres.