Los dogmas, la innovación y la política

jueves, 25 de noviembre de 2021 · 11:15

Lo que confiere el perfil a una sociedad no es su economía sino la naturaleza del poder político, el modo cómo se ejerce y la equidad como se distribuye la riqueza social. En Irán, la economía no es islámica ni judía, en Israel, en Finlandia, Escandinavia, Austria, Alemania y otros países, la economía es capitalista, con un fuerte sector público, pero en su desempeño el poder político presenta proyecciones que les ha permitido constituir Estados de bienestar. De ahí su perfil modernamente socialista. Para comprender las cosas de este modo y ser dialécticamente consecuente, la izquierda marxista debería dudar de los dogmas que defiende. La dificultad radica en que: “Saber dudar es contrario al ejercicio normal de nuestras facultades mentales, gustamos de lo categórico y nada nos apasiona tanto como un dogma...” Así resumía Enrique José Varona, un célebre pedagogo cubano, un dilema capital. Cuando no se permite dudar, tampoco se puede indagar, donde no se acredita la duda, se paraliza la innovación. Sin cuestionar las verdades establecidas y el estatus quo, no es posible hacer ciencia. Al entronizar la categoría de “revisionista” para aplicarla a los innovadores y reformadores, los presuntos leninistas paralizaron la creatividad y la filosofía que debía flexibilizar el pensamiento lo aherrojó. 

Los dogmas que en la fe son positivos porque hacen inmutables los valores y el credo, además de incompatibles con las ciencias, incluidas las sociales, son letales para la sociología y la política porque, en esas dimensiones de la realidad no se trata de creer, sino de crear. No es un juego de palabras. Allí donde el movimiento y el cambio dictan las pautas, la herejía no es defecto sino virtud. Asumir dogmas en calidad de paradigmas es aceptar el inmovilismo que surge de creer que las cosas no pueden ser de otra manera, lo cual acredita el conservadurismo. Ante el altar, los dogmas proveen fortalezas, pero en la vida real, aportan debilidades porque ralentizan e incluso paralizan el movimiento y anulan la tendencia natural al cambio.

Los dogmas son paralizantes, mientras la dialéctica moviliza. Lo que para la curia es correcto, para los liderazgos políticos renovadores es letal. La infalibilidad atribuida al Papa en materia de doctrina no se debió conceder a los albaceas y exegetas del marxismo. Entre los errores capitales que afectaron al socialismo figuran no sólo la absolutización del factor económico sino la translación del fenómeno teórico estructural de la economía política, a la economía concreta, lo cual condujo a la errónea conclusión de que una “economía social”, como se denominó a la propiedad estatal, era la base de una sociedad socialista. 

La Unión Soviética ganó las guerras y perdió la paz. Porque ante las primeras no tuvo contenciones y en la segunda se autolimitó. Sobrevivió en la confrontación con la contrarrevolución que le impuso una devastadora guerra civil y la intervención extranjera (1917-1921) y emergió victoriosa de la colosal contienda contra el fascismo, pero no pudo obtener los mismos resultados en la posguerra, cuando el inmovilismo y el dogmatismo se apoderaron de sus instituciones, en primer lugar, del partido comunista. Lo mejor de las propuestas del presidente cubano Miguel Díaz-Canel es su apuesta por la innovación, lo peor que le puede pasar es que se quede corto. La pregunta es: ¿Pudiera Cuba intentar desatar los ariques que la atan a dogmas trascendidos, liberar de una vez por todas las fuerzas productivas, renunciar a mitos, moderar sus aspiraciones e intentar construir, en lugar de un estado socialista ortodoxo, uno de bienestar? Para hacerlo su clase política o su nomenclatura, tendría que dudar.

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