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o ha habido un presidente de los Estados Unidos que quiera más y conozca más a Colombia que el presidente Biden. Durante el gobierno Santos vino tres veces en cuatro años. Pero su relación con Colombia es más larga …Desde el año 2000, cuando teníamos a las Farc y a los ‘paras’ regados por todo el país, llega como senador…a Cartagena para sellar el apoyo bipartidista americano, hasta el 2016 cuando se reúne con el Presidente Santos…después de la firma del Acuerdo Paz”. Palabras de Sergio Jaramillo, Alto Comisionado de Paz y negociador del Acuerdo de La Habana.

Agrega que el secretario de Defensa de Bush y Obama, Robert Gates dijo recientemente que Colombia era la mayor historia de éxito en política exterior de Estados Unidos y la compara con Afganistán que, con un costo de dos trillones de dólares y la pérdida de 2.500 hombres terminó en el tratado derrotista con los talibanes que tuvo que firmar Trump para salir de ese atolladero.

Como vicepresidente de Obama nombró a Bernie Aronson como enviado especial para acompañar las negociaciones que culminaron con la desmovilización de las Farc. Su talante como hombre de paz quedó confirmado con su participación en las negociaciones de Viernes Santo en Irlanda y su intervención para que en las negociaciones del Brexit se mantuvieran las garantías allí acordadas.

Pero el gobierno colombiano no tuvo en consideración la gratitud que le debía al candidato demócrata y prefirió irse por el apoyo abierto a Trump especialmente en la Florida para conquistar el voto latino rompiendo así una tradición en política internacional de mantener relaciones con ambos partidos. Así había sido, siempre, hasta cuando el expresidente Álvaro Uribe, verdadero poder detrás del presidente en ejercicio, se dejó llevar por su odio a todo lo que represente apoyo al proceso de paz y arrastró al gobierno, apoyado por su partido que es el oficial, a aplicar la calificación de castrochavista al candidato Biden.

María Elvira Salazar, candidata trumpista, el día de su triunfo agradeció el apoyo del expresidente Uribe. En la indagación que ya abrió el congreso sobre la intervención extranjera en las elecciones, al lado de Rusia, China e Irán se menciona a Colombia.

No menos vergonzoso fue el mandado que el gobierno colombiano le hizo a Trump para incluir a Cuba entre los países que promueven el terrorismo. Eso, aparte de la ingratitud y la traición a un país que apoyó sus esfuerzos de paz atendiendo la solicitud colombiana, entorpece los esfuerzos de apertura hacia la isla que había iniciado Obama y que muy seguramente Biden continuará. Como en las negociaciones actuó también como garante el gobierno de Noruega y otros como Chile y Venezuela sirvieron como acompañantes, el gobierno de Estados Unidos la tendrá fácil para entender la actuación de Cuba como desinteresada y solidaria con un país que buscaba salir de una guerra de más de 60 años.

El gobierno Obama-Biden mediante su enviado Aronson apoyó lo decidido en el Acuerdo de Paz en relación con el tratamiento a los cultivos ilícitos mediante un abordaje integral, con sustitución de cultivos auspiciada estatalmente y erradicación voluntaria contraria a la política del gobierno Duque de centrarse en la aspersión aérea con glifosato que en el pasado ha demostrado tener nefastos resultados para la salud e inanes contra los sembrados ilegales.

En cuanto al desangre de las filas de desmovilizados que el gobierno ha desestimado, así como el asesinato de líderes sociales que ha minimizado como líos de faldas y el regreso de las masacres que Duque y su inefable Alto Comisionado para la Paz  negaron diciendo que eran “homicidios colectivos (a Justicia Especial de Paz –JEP- emitió un comunicado esta semana consignando que el presente mes de enero ha superado a todos los anteriores en la comisión de masacres) chocarán con el impulso a la defensa de Derechos Humanos que, atendiendo a los enunciados de campaña, adelantará Biden.

¿Qué camino le queda a Duque para conciliar políticas con el nuevo presidente después de tantas metidas de pata?

Me atrevería a pensar que tiene que empezar por cambiar al embajador en Washington que muy imprudentemente se quemó no ocultando sus simpatías trumpistas y diseñar un plan integral de erradicación de cultivos ilícitos con desarrollo de las comunidades donde se ubican, así como llevar los beneficios de la inversión social a los territorios donde con más rigor sufren los asesinatos de líderes sociales y desmovilizados.

La solución radical, que sería la legalización de la droga que acabaría con el lucrativo negocio que se nutre de la prohibición, está fuera de nuestro alcance puesto que exige un consenso internacional, pero tendríamos menos pobreza y zozobra en los territorios con una especie de Plan Colombia que, en vez de la guerra, como el anterior, tenga como propósito el logro de la paz.

Por Zheger Hay Harb