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Por Jorge Gómez Barata

Donald Trump que no entiende de virus, tampoco supo lo que decía al proponer: “Hacer grande a América otra vez”, a su imagen y semejanza. Los Estados Unidos fueron grandes no por su economía y sus fuerzas militares, sino por la grandiosidad de sus ideas y sus propuestas políticas que, en el siglo XVIII, cuando gobernaba la nobleza, imperaban el despotismo, el colonialismo y la esclavitud, fascinaron al mundo al proclamar:  

 “Sostenemos como evidentes estas verdades -escribieron sus fundadores en la Declaración de Independencia- que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…”

La Declaración de Independencia, el más importante documento político de todos los tiempos, inspiró a la Revolución de las Trece Colonias, las luchas patrióticas en Iberoamérica y las colosales batallas políticas libradas en cinco siglos, algunas de ellas, como ocurre con la lucha contra la esclavitud y el racismo, libradas en los propios Estados Unidos.

La grandeza de los Estados Unidos se asoció con las ideas contenidas en su Constitución, documento mediante el cual se institucionalizaron las conquistas de la primera revolución anticolonialista, mediante la cual se fundó la primera república moderna y la primera democracia, se estableció el derecho del pueblo a elegir a sus gobernantes y se creó el estado moderno basado en la soberanía popular y, en la separación de los poderes, retirando a la nobleza y a la burguesía el derecho a hablar en nombre del pueblo.

La Constitución de los Estados Unidos reivindicó prerrogativas fundamentales como: libertad de conciencia y culto, reunión, palabra y prensa, derecho al debido proceso, inviolabilidad del domicilio y aunque hubo que pelearlos, hace 155 años la Constitución prohibió la esclavitud y estableció la protección igualitaria, la ciudadanía por nacimiento y en el voto universal. 

La Constitución incluyó aberraciones, ninguna más obscena que la alambicada formulación que consagró la idea de que al contar los habitantes se añadiría al número total de personas libres… las tres quintas partes de todas las demás, con lo cual legalizó la infame idea de que tres esclavos equivalían a un blanco, asunto jurídicamente resuelto por las mencionadas enmiendas pero que todavía alimenta el racismo, la discriminación y la exclusión, no solo de afroamericanos sino de otras minorías.

Por grandes equívocos históricos, acentuados en los inicios del siglo XX, convertidos en potencia económica y militar, Estados Unidos adoptó una política exterior absurdamente imperialista, dio prioridad a la defensa de los intereses de sus empresas, algunas de ellas, francamente depredadoras y colocó bajo su protección a oligarcas y dictadores.

Que Estados Unidos haya errado y convertido en imperio lo que pudo ser un paradigma, no significa que no puedan rectificar, cosa que pudiera ser favorecida por el enorme sacudón que ha significado la administración de Donald Trump quien ha arrastrado el prestigio de los Estados Unidos a su nivel más bajo.

La tarea de quienes sean electos será inmensa. América, como llaman los estadounidenses a su país, no será grande por su fuerza o por su capacidad para imponer sus políticas, sino por sus razones y sus valores. Esa tarea y no las preferencias por un partido o líder, hacen trascendentales las próximas elecciones. El mundo sería mejor con unos Estados Unidos diferentes.