Crear espacios de encuentro para reflexionar, acompañarnos y ejercitar el pensamiento crítico, ha sido uno de los impulsos claves para articular proyectos convencidos de la importancia de leer a más mujeres y reconstruir una genealogía literaria equitativa.
Laura Matilda creadora de Días por días, Claudia Velázquez creadora de Matria Literaria y Liliana Hernández Santibañez creadora del Club de Feminismos, decidimos compartir nuestras reflexiones y experiencias sobre la construcción de nuestros espacios para amplificar redes de mujeres que se organizan para visibilizar a diversas autoras.
El borrado de las mujeres y su producción literaria
Si consultamos cualquier lista de los 100 mejores libros de todos los tiempos, con seguridad nos encontraremos frente a una impenitente repetición de los mismos nombres que ya conocemos: sí, todos hombres. Son los mismos que aparecen hasta el cansancio en todas las versiones de libros escolares, recomendaciones en grupos de lectores y, me atrevo a decir, aquellos cuyos libros se adaptan más al cine y la televisión. ¿Eso significa que las mujeres escriben mal? Por supuesto que no. Pero todo este sistema de creencias, cargado por ideas patriarcales, se encargó de hacernos creer que sí.
Históricamente las mujeres han sido relegadas a un segundo plano en la vida política, laboral y social. Y esto no es diferente en el terreno literario.
Empecé en el camino de la lectura por casualidad. Tenía 10 años, vivía en Veracruz y un día, caminando por el malecón del Puerto, encontré un librito de leyendas mexicanas. Quedé fascinada con las historias, porque además era muy fanática del horror, por lo que decidí que quería conocer más y así empezó este viaje que yo consideraba solitario.
Al no tener a más lectores cerca, mis primeras lecturas fueron los textos de prescripción en la escuela. Y como sabemos, están principalmente enfocados en la producción masculina. En algún punto, me hice amiga de dos chicos a los que también les gustaba leer y me vi presionada a cuestionar el tipo de libros que consumía. Me atormentaban con observaciones como “el terror no es literatura”, “si no lees tal o cual clásico no puedes considerarte una verdadera lectora”, “un lector es un ser retraído, alejado del mundo normal, un incomprendido” y, sobre todo, “no leas mujeres, ellas no saben escribir”. Y yo lo creí.
Pero a escondidas devoraba las novelas de las escritoras del siglo XIX como Jane Austen, las hermanas Brontë, Mary Shelley, Kate Chopin, Edith Wharton, George Elliot y George Sand. Me avergonzaba sentir interés por lo que escribían, así que nunca hablé con nadie sobre esto y mientras crecía y leía me reconocía cada vez más separada de la narrativa masculina. Sin embargo, no cuestioné el motivo hasta mi autodescubrimiento como mujer feminista, entre los 19 y 20 años, cuando me di cuenta que este sesgo hacia las mujeres en la literatura no era casualidad. Fue de hecho una elección deliberada.
La historia de la literatura se ha construido desde la perspectiva masculina y eso ha contribuido a que cuando hablamos de la presencia de las mujeres en la literatura también hablamos de discriminación por género. Lo fácil es decir que no estaban. O que no tenían suficiente calidad. Pero las escritoras estaban, escribían bien y, además, eran muchas.
En su libro, Una habitación propia (1929), la autora Virginia Woolf afirmaba que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”, pero además de la variante económica se torna fundamental otro elemento en el proceso creativo: el tiempo para leer y escribir. Y sin estos tres elementos, tiempo, espacio y dinero, el camino de las escritoras se torna aún más difícil de transitar. ¿Cuántas mujeres no pudieron escribir y publicar? ¿Cuántas murieron en el anonimato?
Por si queda alguna duda sobre esto, no hace falta más que revisar la poca presencia de la mujer en los galardones literarios. El premio literario internacional más conocido, el Nobel de Literatura, desde su creación en 1901, ha premiado a sólo dieciséis escritoras. Por otra parte, el reconocimiento más importante en lengua castellana, el Premio Cervantes, tan sólo ha galardonado a seis mujeres desde que se instauró en 1976. Y otro premio con gran importancia, el Premio Planeta, ha distinguido a diecisiete mujeres desde 1952.
En Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983), la autora Joanna Russ revisa las estrategias que la sociedad ha utilizado para ignorar, condenar o menospreciar a las mujeres que producen literatura. Intercalando ejemplos protagonizados por reconocidas autoras del pasado, éstas técnicas se agrupan en una serie de excusas utilizadas durante siglos y que hasta el día de hoy seguimos escuchando.
La lectura de este libro puede resultar sorprendente. Y no porque los mecanismos que enumera sean un descubrimiento inesperado, sino por su vigencia: negar la autoría de la obra, ya sea con meros errores de atribución o con otras sutilezas psicológicas más elaboradas; menosprecio por la obra, ejercido de diversas formas; aislamiento de la obra de su tradición y su consiguiente consideración como anomalía; afirmaciones de que la obra indica el mal carácter de la autora, por lo que su interés se reduce al escándalo; o, simplemente, ignorar las obras, a sus autoras y toda su tradición.
Podemos decir que debido al movimiento feminista, cuyo ideario ha tomado fuerza en las últimas décadas y ha formado una grieta en el mundo letrado, las lectoras nos hemos vuelto más consientes sobre esta brecha. Y el mercado editorial, por supuesto, ha abierto las oportunidades debido a la demanda de libros escritos por mujeres. Las reediciones, las nuevas publicaciones, el surgimiento de editoriales independientes se han enfocado en responder a un nuevo interés literario y lector, pero también político: las mujeres escribimos, y venimos haciéndolo desde hace siglos.
Leer autoras como posicionamiento político: cuando leemos nos fijamos en el género del autor. ¿Por qué es importante hacer una distinción?
De los nueve años que empecé a considerarme oficialmente lectora, porque fue cuando leí mi primer libro completo sin dibujos y de más de 100 páginas, fue a los 26 años cuando tomé el posicionamiento político de leer casi exclusivamente a mujeres –teniendo como excepciones los textos escritos por personas de la comunidad lgbtttiq+ y racializadas – la obra de mujeres constituyó, con mucha suerte, el 10% de mis lecturas.
Durante la infancia, el género e incluso el nombre de autores me eran irrelevantes, leía lo que estaba a mi alcance en la biblioteca de la escuela o la biblioteca del rincón. En la preadolescencia descubrí que los textos tenían autores y que, si un libro escrito por alguien te gustaba, otro bajo la misma autoría probablemente igual lo haría. Esos fueron mis únicos descubrimientos respecto a quien tejía los hilos de las historias que llegaban a mis manos y lo que esto implicaba durante gran parte de mi vida activa como lectora, hasta que entré a la universidad.
Entré a una carrera del área de humanidades, el feminismo –evidentemente – tocó mi puerta. Una de las tantas cosas que me permitió, fue la pregunta que deberíamos hacernos en todos los campos; ¿a cuántas mujeres he leído/visto/escuchado? Me encontré haciendo un repaso de las lecturas que recordaba haber hecho y las firmas que sellaban las historias, y me avergoncé.
No entendía cómo había pasado: yo nunca había buscado leer casi exclusivamente a hombres. No fue un propósito, no era una agenda, no pensaba, como muchos aún lo hacen, que las mujeres no supieran escribir o lo hicieran de cosas banales y, sin embargo, las mujeres no figuraban en mis lecturas.
Leer solo mujeres y considerarlo una postura política puede parecer extremista o radical, incluso ingenuo si vemos la política como algo ajeno, algo que está lejos, en el senado, en las casas de los diferentes partidos. No obstante, la realidad es otra. Todos somos políticos y ejercemos siempre que haya que tomar decisiones y llevar a cabo acciones que afecten o modifiquen los grupos en los que nos movemos. Por eso “Lo personal es político” se volvió uno de los sloganes que cobró mucha fuerza durante la década de los 70 y por eso decidí partir de mi experiencia con la lectura, que sé, a ciencia cierta, es compartida por más lectoras con respecto al enterarse un día de la nada, después de un largo camino ya recorrido entre páginas, que nos hemos perdido de mucho.
Tomar la decisión no es nada fácil. Empiezas incluyendo mujeres, las más conocidas, aquellas que son fáciles de encontrar. Empiezas sintiéndote avergonzada: hay cierta renuencia a leerlas por ser mujeres, sientes como si estuvieras cubriendo una cuota y a veces eso puede amargar un poco la lectura, impedir el disfrute.
Un tip: empieza con cuentos del género que más te atraiga, aunque parezca que no habrá mujeres que hayan escrito eso que quieres leer, créeme, las hay. A veces lo notas de a poco, otras veces es de golpe; la escritura de las mujeres tiene otra perspectiva, aquello oculto, aquello otro que te hacía falta.
Antes había dos problemas importantes, el primero, no conocer casi escritoras, el segundo no poder conseguir su obra. En la era del internet el primero se resuelve relativamente fácil, las mismas autoras se recomiendan entre sí, el segundo depende del bolsillo y las ideas que se tengan frente a los “derechos de autor”. Así, cuando te quieres dar cuenta, la lista de autoras por leer se vuelve infinita, tanto que te sorprende haber dudado de ellas al empezar a buscarlas. En algún punto te das cuenta de algo; no te va a alcanzar la vida para leerlas a todas, y luego tienes otra certeza, las quisieras leer a todas.
Leer mujeres es maravillarse. Leer mujeres siendo mujer lo es aún más. En su obra vemos reflejadas cosas que vienen libres del privilegio del ser hombre en este sistema hetero patriarcal. No se trata de decir que entre las mujeres ninguna tiene privilegios, sabemos que hay privilegios; no es lo mismo ser una mujer blanca y rica que tiene una habitación propia que ser una mujer caribeña y marginalizada que le roba tiempo al día para escribir y que con mucho trabajo logra que su obra figure en el mundo. Se trata de saber que todas vivimos bajo este sistema que busca evitar que establezcamos lazos, que nos comuniquemos, que nos entendamos. Y la primera gran ruptura es el silencio: las que crean son silenciadas, no las leemos porque no se habla de ellas.
Elegir leer solo mujeres como postura política no significa solo leerlas. Quienes lo hacemos podremos haber elegido en principio solo leerlas, pero cuando nos damos cuenta necesitamos compartir esas lecturas, necesitamos crear esas conexiones que nos ayudan a reinterpretar el mundo.
La escritura de las mujeres: de qué hablan las autoras en sus textos, por qué nos resultan tan cercanos.
Le pregunté a 20 personas cuál había sido el primer libro que habían leído. La mayoría decía que los libros de texto que dan en la escuela o la biblia o “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry, después quise saber qué libro escrito por una mujer habían leído y a qué edad, algunas decían los libros de Harry Potter, otras decían que no habían leído textos escritos por mujeres y mayormente la edad oscilaba entre los 17 y 23 años. Yo a mis 22 años leí “Mujer que sabe latín” de Rosario Castellanos.
La psicología apunta que la pubertad y la adolescencia son etapas clave en la formación de la personalidad, cuando comenzamos a darnos cuenta del lugar que ocupamos en el mundo y el lugar que queremos conseguir, comenzamos a generar estrategias para alcanzar nuestros sueños y, casi siempre, empezamos a perfilar las afinidades que serán cruciales al momento de enfrentarlos y defendernos en el mundo.
Si tomamos en consideración las dos situaciones anteriores, podemos suponer que la mayoría de las mujeres: no leímos a otros mujeres durante nuestra pubertad y adolescencia, por tanto nuestros referentes ante y para el mundo, fueron construidos por hombres, quienes tenían la autorización y el monopolio para estructurar una organización social que, mediante su poder, ha dirigido y construido los modos de ver la vida, entender la historia y los modos de relacionarnos, castigando si no decides acatarte a esa estructura establecida.
Chimamanda Ngozi Adichie en su libro “El peligro de la historia única” (2018) menciona que ella cuando era pequeña “escribía exactamente el mismo tipo de historias que leía: todos mis personajes eran blancos de ojos azules, jugaban en la nieve y comían manzanas. Ahora bien, eso sucedía a pesar de vivir en Nigeria. Nunca había salido de Nigeria. Nosotros no teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos del tiempo” y pienso en lo importante de nombrar como peligroso este tipo de actos, porque pone de manifiesto la abundancia del riesgo, para nuestra historia, que borra, invisibiliza, minoriza otras historias que no fueron tomadas para esa estructura establecida.
Cuando una mujer comienza a leer textos escritos por mujeres, se activa un ejercicio interno que moviliza preguntas sobre la manera en cómo hemos leído el mundo, cómo nos lo hemos explicado, cómo nos hemos adaptado a reflexiones de otros cuerpos que no pasan por los procesos que nosotras pasamos. Cuando una mujer comienza a leer textos escritos por mujeres, una se da cuenta que su propia historia puede aparecer en esas líneas, empieza a sentir que no está sola, que otras han encontrado la palabra justa para nombrar eso que una siente, que sus historias, con h minúscula, también son importantes y deben formar parte de la Historia, con H mayúscula. En la escritura de las mujeres existe una recuperación de la memoria histórica.
Erika Irusta, pedagoga menstrual, ha mencionado en entrevistas, que ella considera que todas las mujeres compartimos una herida que podemos reconocer cuando una decide enunciarlo.
Se nos ha hecho creer que la escritura de las mujeres es inferior porque no teme ser sensible o emocional. Sara Ahmed, académica independiente, en su libro “la política cultural de las emociones” (2017), explica cómo la teoría de la evolución ha priorizado el raciocinio por encima de lo emocional, mencionando que consideramos un ser “evolucionado” a alguien que puede manejar sus emociones, y manifiesta lo necesario que debe ser para la educación, entender el proceso del conocimiento como un trayecto integral que no debe tomar en cuenta únicamente el raciocinio para la construcción del saber.
Las mujeres que escriben han tenido que resistir para que quienes las leamos podamos hacerlo también, ya que escribir sobre lo que a una le duele, sobre lo que no está permitido hablarse, sobre lo que pareciera que no tiene un lugar en el estatus quo de la sociedad en la que vivimos, el dar espacio en la escritura a todo lo que se prohibió mencionar y además, encontrar estrategias para hacerlo, es algo que debe visibilizarse. Un claro ejemplo es Sor Juana Inés de la Cruz, quien de manera magistral, pudo hablar acerca de emociones que no le tenían permito a las mujeres, como el enojo al sentir que es minimizada por querer aprender, por querer saber, o Rita Cetina Gutiérrez que junto a Gertrudis Tenorio Zavala y Cristina Farfán fundaron en Yucatán, la Siempreviva, escuela y revista literaria escrita exclusivamente por mujeres, colocando un precedente histórico a nivel nacional sobre la importancia de promover y difundir el ejercicio literario y escritural de las mujeres.
Cómo conocer más del trabajo de las autoras: redes de mujeres que se organizan para visibilizar a las autoras, clubes de lectura, talleres.
Nosotras hemos organizado, gestionado y coordinado espacios donde leemos a más mujeres para preguntarnos cosas, poner en duda todo lo que se nos han dicho en el sistema en el cual vivimos, entender qué significa estar habitando un sistema patriarcal donde hay una profunda misoginia y existe un machismo insostenible. También, para ampliar nuestros referentes femeninos al momento de citar en un texto, elaborar nuestro pensamiento, complejizar nuestra reflexión y valorar nuestras historias.
Liliana Hernández Santibañez, desde su colectiva escénica Corriendo con Lobas. Laboratorio escénico, crea un Club de Feminismos, que, desde junio del 2020, organiza encuentros mensuales de manera virtual y ahora en septiembre del 2021 comenzaron los encuentros presenciales. Para formar parte no necesariamente debes nombrarte como feminista, ya que lo más importante es construir un espacio amoroso y sororo, a través del respeto y el cuidado mutuo. Promoviendo el debate sano. Todas estamos para aprender y (de)construir. Deseamos que de estos encuentros surjan propuestas, intercambios, ideas, proyectos que nos hagan crecer. También es importante considerar que no todas tenemos las mismas vivencias y experiencias, y justamente lo que queremos es intercambiarlas. Por eso, la raíz de este club de lectura es la interseccionalidad. Si te interesa obtener más información y formar parte de las actividades, escribe a [email protected]
Laura Rodríguez Portilla (Laura Matilda), con su proyecto virtual Días por Días crea espacios para compartir y difundir la escritura y la lectura de las mujeres. El 4 de julio del 2020 se llevó acabo la primera reunión del club Lectoras Violetas y desde entonces han leído a 20 autoras de diferentes géneros. El 7 de febrero del año en curso inició el segundo club, Libernautas, un grupo mixto que se sostiene con las mismas características.
El compromiso del proyecto está en disolver las ideas preconcebidas dictadas por la verticalidad literaria, encontrar nuevas formas de acercarnos a la lectura, enriquecer cada encuentro con las opiniones y experiencias de los integrantes y alrededor de esto, formar una comunidad respetuosa y empática. Para más información, escribe a [email protected]
Claudia Velázquez genera a través de Matria Literaria un espacio virtual en el cual no sólo se lee y comenta la obra de autoras, sino que las participantes empiezan a escribir y compartir sus propias historias. La finalidad de los talleres es disfrutar juntas del descubrir las conexiones que genera la lectura y escritura, permitirnos entender a las otras y dejar que las palabras rompan nuestros silencios. Para formas parte y obtener mayor información, escribe a https://www.facebook.com/MatriaLiteraria
Porque todas debemos recuperar nuestro paraíso.
SEMBLANZAS
- Laura Rodríguez
Dirige el proyecto Días por días, un espacio virtual para compartir cultura. Coordina las salas de lectura Libernautas y Lectoras Violetas. Comprometida con la difusión sorora de la escritura de las mujeres. Colaboradora en la revista de periodismo cultural Memorias de Nómada y parte de la colectiva Contingenta Siempreviva.
- Claudia Velázquez
Feminista, lectora y tallerista. Lic. en literatura latinoamericana. Comprometida con la difusión de la lectura, formó parte de Rutas literarias. Colabora en “Somos violetas” con la columna “María Conchita approves”. Creadora de “Matria literaria”
- Liliana Hernández Santibañez
Creadora escénica, feminista e investigadora. Coordinadora de la Red de Espectadores en Mérida, Yucatán; cofundadora de MEDEAS. Red de Jóvenes Investigadoras de la escena; directora de Corriendo con Lobas. Laboratorio escénico y beneficiaria del Programa Creadores Escénicos 2020- 2021 del Sistema de apoyos a la creación y a proyectos culturales (FONCA).