Confesiones

sábado, 28 de enero de 2023 · 11:50

Layda Sansores, gobernadora de Campeche, ha sido siempre un personaje digamos singular, sin embargo, el estilo personal de hacer política es muy diferente cuando se es oposición o candidata a cuando se gobierna.

El paradigma de la gobernadora es precisamente ese, continuar con su eterno estilo rijoso cuando ya es autoridad, lo cual de suyo no sólo es una contradicción, es el peor y más grave riesgo que ella misma se impone. En teoría y después de tantos años en la brega política, uno supondría que por experiencia sabe y entiende que gobernar desgasta, que todo lo que ella dijo y les hizo a sus rivales en su momento, en esa misma medida o mayor le tocará ahora enfrentarlo.

La lógica induce a considerar que después de tantos años de lucha, cuando se consigue el objetivo de gobernar deberían quedar atrás, incluso en el olvido, las rencillas y venganzas. Disfrutar gobernar, construir un legado que perdure en la memoria de la sociedad a la que se le sirve, mediante obras y acciones que dejen huella y que finalmente sean la referencia histórica de su periodo.

El asunto es que Layda Sansores ni disfruta gobernar porque está claro que no sabe cómo hacerlo, ni construye nada que pueda ser mínimamente recordado positivamente y que cuando se hable de su administración el resultado será polarización, revanchas y mediocridad. En ello hay un argumento de suma importancia a considerar, que tiene que ver con el manto que hoy la protege o al menos eso es lo que cree, pero eso tiene fecha de caducidad y faltan menos de dos años para su vencimiento.

Lo anterior viene a colación porque su estrategia de jugar a dos bandas en el proceso para elegir al candidato/a presidencial de Morena ya es del conocimiento de los involucrados, cuando la lealtad se pone en entredicho sea quien sea elegido/a su situación será muy diferente a la de este momento y eso cobrara réditos negativos, pero de eso hablaremos más adelante en este mismo espacio.

Todos los errores que está cometiendo, sumados a la actitud retadora y beligerante que cotidianamente caracterizan su proceder, sin ninguna duda se volverán en su contra con la misma fuerza que ella le impone con tanta voluntad a lo que parece una patológica sed de combate. Mas allá de su imperiosa necesidad de imponer su narrativa, al ridículo grado de pretender establecer que la única fuente de información veraz en Campeche es ella misma, las cosas en el Estado no están nada bien.

Descalificar la sensación social basada en los hechos no se sostiene, pretender que el INEGI miente respecto del incremento explosivo de la percepción en seguridad de más de veinte puntos, no es culpa de quien lo mide, sino de quien no es capaz de resolverlo. Contestarle a medias, hay que decirlo, a los medios y fuentes de información que documentan los acontecimientos de los que los propios campechanos son testigos, es querer tapar el sol con un dedo, eso sí solo respondiendo lo que a sus intereses conviene.

Por ejemplo, el martes pasado en una emisión más de su programa en internet el “martes del jaguar” en la que defendió a su secretaria de Seguridad Pública, Marcela Muñoz, respecto de una polémica derivada de su actuación en un reciente operativo policiaco, omitió deliberadamente aclarar algunos señalamientos. Específicamente que la hija de Marcela Muñoz es la directora de la policía municipal de Ciudad del Carmen y su hijo Vicefiscal bajo el mando de Renato Sales, a quienes por cierto la sociedad campechana no solo no aceptan, por no ser originarios del Estado, por ser literalmente unos recién llegados.

Sin dejar de lado que, en el caso de la hija de la secretaria y directora de la policía municipal de Carmen, han circulado videos en redes sociales dando cuenta de excesos que no corresponden a su responsabilidad; nos informan que, a la familia de Marcela Muñoz en Campeche se les conoce como la familia saqueadora. Adicionalmente, la espía resultó espiada, situación que naturalmente trató de minimizar argumentando que los chats que fueron publicados recientemente en varios medios de comunicación, dando cuenta de conversaciones con su sobrino, que la dejan muy mal parada, eran montajes.

El tema es que no se puede olvidar es que ella misma se ha dedicado en cuerpo y alma a lo mismo desde que tomó posesión de la gubernatura, dedicándole demasiado tiempo a esta tarea, lo que para muchos campechanos es un absoluto desperdicio. A la sociedad local lo que menos le importa son los pleitos personales de su mandataria, lo que exigen son resultados de gobierno y estos no se han dado y mucho menos traducido en beneficio colectivo.

Muy aparte de que su comportamiento personal no corresponde a la jerarquía que ostenta, ya no es candidata es la máxima autoridad y eso exige una actitud mesurada, seria y responsable; en contacto directo con muy diversos personajes locales de todas las esferas posibles, nos transmiten que el común denominador es la vergüenza colectiva de tenerla como gobernadora. En adelante, en este espacio daremos cuenta puntual y específica de temas relacionados con su administración, que dejaran por sí mismos en claro la ineficiencia de su gobierno, pero también los argumentos que se orientan más allá del error a actos que se pueden tipificar como delictivos, es decir, corrupción.

Lo que mal empieza mal acaba, eso lo hemos visto muchas veces; en la teoría política se dice que la calificación de un gobierno se construye en los dos primeros años de gestión, es la percepción que se impone aun y cuando se pueda empeorar o mejorar. Si nos atenemos a esa filosofía, en la comprensión de lo que ha pasado desde que Layda Sansores asumió la gubernatura, lo que habría que esperar es que su gobierno será un fracaso, independientemente de la intrascendencia en la memoria, eso también podría significarle enormes consecuencias, que aunque parezca no importarle tarde o temprano sucederán.

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