Jorge Lara Rivera
Con gran agudeza la sabiduría popular ha establecido que “Sabe el puerquito donde se unta”.
Enfrentando el fracaso desde cada uno de los múltiples frentes por él abiertos, el 45° presidente estadounidense, Donald Trump, ha tenido que retroceder. Igual con el dictador de Norcorea armado de bombas atómicas quien le tomó rápido la medida al bravucón, que luego, tras el derribo de su dron espía en el Estrecho de Ormuz (no está claro si sobrevolando la zona marítima exclusiva persa o aguas internacionales) por un Irán indómito y acosado, harto de sus amenazas y con capacidad electrónica para volver chatarra flotante su convoy de combate y enviar al mar sus cazas, echó mano al pretexto de querer “salvar 150 vidas” desactivando una represalia por él ordenada, ya en marcha, y luego arguyendo que “sólo por dinero” se encuentra su país en la conflictiva zona, que él no desea ninguna guerra “invitando a los iraníes” a negociar e incluso se lamentó por el servicio de escolta de buques que transportan combustibles que aprovechan otros países (China y Japón, por ejemplo) sin obtener provecho a cambio.
Y tras la firma de cooperación entre la superpotente Rusia y el gigante asiático, China, de numerosos acuerdos (en los rubros de energía, defensa, aviación, agricultura, tecnología y comercio electrónico, destacando el de Huawei con empresas de telecomunicaciones rusas para el desarrollo de una red 5G en Rusia; el de la más grande empresa de comercio online de China –Alibaba– con compañías rusas, a fin de juntos “contrarrestar las restricciones infundadas al acceso a los mercados de productos de tecnologías de la información, con la excusa de garantizar la seguridad nacional”.
Asimismo ambos países desarrollarán un sistema para utilizar rublos y yuanes en su comercio bilateral y reducir todo lo posible el uso del dólar) se ha visto forzado a retroceder anunciando el levantamiento del veto al coloso Huawei, justo luego de su cita privada con Xi Ping en la reunión del G-20 de Osaka, Japón.
No es para menos: Pekín es desde 2018 el principal socio comercial del Kremlin (100 mil millones de dólares).
El intercambio de Estados Unidos con Rusia fue de 27 mil 500 millones de dólares. Si bien la inversión directa de China en Rusia es inferior a la de Estados Unidos y la Unión Europea, Moscú y Pekín tienen grandes proyectos conjuntos: el gasoducto Power of Siberia, que bombeará gas a China este diciembre y el pacto con la gasera rusa Novatek de vender una participación en su proyecto de gas licuado en el Artico a empresas chinas.
Tal vez por eso el ocupante de la Casa Blanca se consuela imponiendo sanciones económicas a funcionarios del régimen del presidente venezolano y a sus parientes –el más reciente blanco es su hijo– que se lo merecen por malinchistas; y agita el mismo espantajo contra el teócrata iranio Alí Jamenei quien se jacta de no tener activos en el extranjero –¿será?– lo que además de ridículas las torna inútiles.