Por Pedro de la Hoz
Las anunciadas funciones de Cavalleria rusticana en el teatro Peón Contreras, de Mérida, dispararon en mi memoria recuerdos de las tres ocasiones en que la ópera de Pietro Mascagni, sin previo aviso, irrumpió en mis oídos.
Repaso las secuencias culminantes de Toro salvaje (1980), ese clásico de Martin Scorsese que toma al boxeo como pretexto para ahondar en el tremendo contrapunto entre la fama y la ruina, el éxito y la soledad. Robert de Niro transitando de la cima a la sima bajo la piel de Jack LaMotta y, de fondo, el intermezzo del drama musical de Mascagni.
He visto más de una vez el cuarto de hora final de la tercera parte de El padrino. Francis Ford Coppola sabía que necesitaba levantar el colofón de una película que inevitablemente iba a ser comparada con las dos entregas iniciales. Nada mejor entonces que poner a punto la inevitable tragedia en un teatro siciliano.
Michel Corleone y familia no quieren perderse el debut en la escena lírica de su hijo Anthony nada menos que con Cavalleria…, pero ignora que lo están cazando por orden de sus competidores de la mafia. El Don acaba de prohibir al sobrino Vincent la continuidad de su tórrido romance con su hija, como condición para que este ascienda a la cúpula de la empresa criminal. Al concluir la función, Mary interpela al padre en la escalinata del teatro; el sicario apunta al Don pero el disparo toca el corazón de la muchacha. El Don abraza el cuerpo exánime. Alguien dice: “¡Hanno ammazzato la figlia Maria! (Han matado a la hija María). La ópera termina con una exclamación similar: “¡Hanno ammazzato Turiddu!. El intermezzo matiza la escena.
En la pantalla doméstica de mi casa, un canal de la televisión transmitía hace pocas semanas un capítulo de la serie El joven Indiana Jones, pastiche donde los hay con toque colonialista incluido. De pronto, una melodía conocida, el Intermezzo de Cavalleria…, en una parte de la banda sonora que acompaña al personaje a su paso por el Chicago de finales de los años veinte.
Los primeros cineastas con mayor fortuna y en este último caso sin ella apelaron a uno de los pasajes más conmovedores de la ópera italiana. Si bien las arias de esta obra breve –suele ser programada en una misma función junto a Payasos, de Leoncavallo– gozan de popularidad a partir de su estreno en 1890 en el teatro Constanzi de Roma –en particular la serenata O Lola, chai di latti, en la voz del tenor que encarne a Turiddu, y Fior di giaggiolo para la soprano– no caben dudas acerca de que el impacto mayor Mascagni lo consiguió con el Intermezzo.
De todas formas, la trama de Cavalleria rusticana atrapa por su cualidad melodramática. No por gusto en 1916 el director Ugo Falena rodó un par de rollos silentes, que en las proyecciones de la época eran acompañadas por reducciones de la partitura para el piano. Si había una pequeña orquesta disponible, mucho mejor. Como incentivo, la Santuzza de la película fue asumida por Gemma Bellincioni, la misma soprano que había estrenado el papel en el Constanzi, solo que ahora, con 16 años de más, lucía unos cuantos kilos de sobra y no podía expresarse mediante su mejor arma: la voz.
En 1953 Carmine Gallone realizó una versión fílmica de la ópera. Venía de ser uno de los favoritos del dictador Benito Mussolini por sus películas que exaltaban, muy a lo Cecil B. DeMille, las grandezas del Imperio romano. En la posguerra reorientó su filmografía hacia los clásicos operísticos. Allí están El trovador, de Verdi (1949), y una grandilocuente biografía de Puccini (1952).
Para su Cavalleria rusticana empleó a actores en alza: Ettore Manni (Turiddu), el norteamericano de origen chihuahuense Anthony Quinn (Alfio) y la hermosa sueca May Britt (Santuzza). El notable barítono Tito Gobbi prestó su voz para el personaje interpretado por Quinn.
En 1960, el cineasta sueco fue llamado para filmar la puesta en escena de Giorgio Strehler encargada por el Teatro alla Scala, de Milán. El distinguido elenco vocal –Fiorenza Cossotto, Gianfranco Cecchele, Adriana Martino y Giangiacomo Guelfi– estuvo bajo la rectoría musical de uno de los directores que hicieron época durante el pasado siglo, el alemán Herbert von Karajan.
La saga de la Cavalleria… sumó una perla más en 1982, Franco Zeffirelli, que comparte la excelencia creativa entre la ópera y la pantalla, entregó la versión más acabada del drama de Mascagni, protagonizada por Plácido Domingo (Turiddu), Elena Obraztsova (Santuzza) y Renato Bruson (Alfio). Cine y música al más alto nivel.