Pilar Faller Menéndez
Es importante señalar que el árbol navideño tuvo su origen en las costumbres paganas relacionadas con el culto a los árboles sagrados, que posteriormente el cristianismo adoptó y transformó. Lo cierto es con el paso del tiempo, el sentido del árbol navideño ha ido cambiando hasta haberse convertido en el icono principal de la Navidad, a pesar de que para los cristianos el valor de esta fiesta es la celebración del nacimiento de Cristo. En cada hogar puede encontrarse desde lujosos y elaborados árboles naturales o artificiales, así como otros más modestos que se convierten durante las épocas navideñas en la atracción central de los hogares mexicanos y de muchas partes del mundo.
El árbol de Navidad dista mucho de ser como el que conocemos en la actualidad: proviene de una costumbre ancestral que consistía en cortar un árbol para adornarlo o, en su defecto, como hacían los babilonios, para dejar regalos debajo del mismo. Tertuliano, un cristiano que vivió aproximadamente entre los siglos II y III de nuestra era, criticaba los cultos romanos paganos, que algunos de sus correligionarios imitaban al colgar laureles en las puertas de las casas, así como encender luminarias durante los festivales de invierno. Probablemente esos fueron los orígenes de las guirnaldas navideñas, así como las luces que adornan las fachadas de las casas.
La fiesta de los Saturnales para los romanos era muy apreciada, y se festejaba en un principio durante siete días: del 17 al 23 de diciembre, hasta que a finales del siglo I, se estableció que la duración de las vacaciones judiciales se redujera a cinco días. En estas fiestas las casas eran decoradas con plantas y se encendían velas con el fin de celebrar la venida de la luz. Amigos y familiares se hacían regalos, como actualmente se hace en la fiesta de Navidad. Desde tiempos inmemoriales, el árbol ha sido un símbolo de fertilidad y de la regeneración, que probablemente esté relacionado por la fecha de los festejos con la cercanía del Año Nuevo.
El cristianismo, ante la imposibilidad de terminar con estas costumbres paganas, las adoptó y transformó. El árbol de Navidad tradicional es un abeto, ya que se creía que tenía la capacidad para atraer a los rayos, los cuales se creía que tenían una procedencia divina, como el dios de la mitología griega Zeus que llevaba un rayo en su mano, es por esto que la tradición precristiana alemana, lo vincula a los ritos de la luz del rayo.
La costumbre del abeto se hizo muy popular, y ya en la Edad Media europea era una práctica frecuente el caracterizar con él la Navidad. En el siglo XVI estaba tan extendida la costumbre que un edicto alsaciano de 1560 mandó que nadie tuviera más de un árbol y que éste no excediera los ocho pies de altura. Al principio de la existencia del árbol de Navidad, se colgaban de sus ramas rosas de papel, dulces, pan de oro, manzanas y golosinas de azúcar.
Son muchos los relatos sobre el origen del árbol de Navidad. Otro relato más cercano a nuestros tiempos lo describe como una costumbre nórdica del siglo XVI, en la cual la familia se reunía en torno a un árbol, y mientras los niños eran llevados de paseo al campo, al regresar encontraban dulces y juguetes colgados en el árbol.
Otro de los relatos narrados anteriormente, sucedió en Inglaterra en el siglo XVIII, cuando la reina Carlota instaló en uno de los salones del palacio un árbol de pascua, el cual fue adornado con guirnaldas, luces, juguetes y regalos. Esta costumbre fue adoptada tiempo después en Estados Unidos.
Se le atribuye a Martín Lutero el haber añadido las velas que adornan todavía algunos árboles navideños, debido a la costumbre de procedencia supersticiosa antigua de que las luces encendidas representan las almas de los antepasados muertos.
No puede identificarse con precisión de dónde vino la costumbre, pero puede dársele un significado más espiritual como el de la intención de encaminar a los más pequeños hacia el árbol de Nuestro Señor. En el siglo XVIII el árbol de Cristo, llamado Christbaum por los germanos, ya estaba arraigado en casi toda Europa.
Este árbol peregrino, como se le llamaba en la España cervantina, se creía que poseía una dimensión mágica: hábitat de los espíritus encantados más que encantadores, pues a menudo se divertían gastando a los hombres bromas pesadas. Un abeto al anochecer, lejos del pueblo, podía ser una caja de molestas sorpresas.
Toca narrar cuándo y cómo comenzó esta tradición en México: una de las versiones fue que se le vio por vez primera en el Palacio Imperial de Chapultepec y que fue traído con todo y ornamentos, directamente de Europa por el entonces emperador de México Maximiliano de Habsburgo, en el año de 1864, causando tal furor que inmediatamente fue adoptada la tradición por la aristocracia mexicana que temporalmente desplazó de su protagonismo a los nacimientos navideños, costumbre mexicana muy arraigada todavía.